Heme aquí, en la cima del mundo, y aun así sigo sintiéndome tan
pequeño como todo lo que me muestra la vida. La brisa debería enfriar mis
lagrimas, pero antes de botar la primera lagrima, creo que he de comenzar a
llorar, aun así, estoy tan feliz de verme aquí tan pequeño y distante de todo.
Una voz amiga, esta vez real, me cuenta lo maravilloso de
sus complejos aconteceres, incluso, el peso de sus palabras se vuelve ligero
ante la naturaleza tan abrasiva y avasallante del fenómeno del vuelvo de esas
aves de rapiña; la punta de sus alas dibujan una estela que se pierde, así
como la estela de mi existencia, esa huella que dejó, se va perdiendo con el
tiempo… Incluso, quizás igual que los bordes trazados por las alas de las aves,
la marca de mi huella también ha de ser imaginaria. Cabe preguntarse si mi
existencia también está bordada por alas negras.
Sigo aquí sentado. Un miedo, tan sutil como la brisa que aun
no logra enfriar mis anheladas lagrimas, se mueve dentro de mí al caer en
cuenta que estoy en una coordenada del plano que no conozco: esto ha de ser la
insoportable pesadez del ser, Kundera. La preocupación, la angustia, el
permitirse probar la tinta gris de los panoramas que ofrece el concreto, o ese
color carne en vida que traslucen los cadáveres llamados “ciudadanos” ¿esto es
lo que ha de hacerme sentir libre? ¿Cómo he de realizarme en esto? Opto por la
felicidad del ignorante.
Ahora la brisa ha dejado de ser una caricia, ahora es frío,
de ese que en repetidas ocasiones me ha quemado al dormir en la cama... mi
cama.
Sigo viendo el paisaje y siquiera las aves de rapiña
soportan este cambio; incluso ellas necesitan planear sobre corrientes cálidas,
así como yo necesito caminar sobre un calor que me atraiga, pero que no me queme:
esta es la búsqueda de la polilla, fea, marrón, molesta, insistente en obtener la
llama de la vela que inevitablemente la matará, así como la puede matar otro
insecto, un insecto quizás como el hombre, o un ser humano tan maravilloso e
inocente como el niño que brinca sobre el pasto, hogar de millones de seres
vivientes.
Heme aquí, en la cima del mundo, y aun así sigo sintiéndome tan
pequeño como todo lo que me muestra la vida…