El ser humano es un
compuesto tan complejo y pegadizo, que sinceramente me cuesta creer que los
cuerpos tengan, en al menos un sentido, total correspondencia con la mente que
los mueve. Es una absoluta maldición esta angustia que tenemos de privarnos de lo
que quizás realmente no es nuestro, al menos de forma legítima.
Me asfixio en
preocupaciones, angustias, desesperanza; huyo de mi, de ti y de la tercera
persona; desconfío de mis ojos, de mi dermis, de mis receptores de sonido y
hasta del gusto por las palabras. Esto es horrible, es una substancia viscosa y
gris con miles de cuerpos bajo ella que te halan de las piernas y te quiebran
las costras que tanto has intentado sanar desde que eres lo que eres; las he
sanado desde que soy lo que soy… ¡Maldición!
¿Por qué siento que mi
corazón se arruga? ¿Por qué demonios no puedo evitar empañar las paredes
internas de estos pliegues que cubren mi alma que llora desconsoladamente?
Tanto sentimiento, tanta emoción, tanta necesidad de libertad… No puedo cumplir
con las exigencias de esta maldita humanidad. ¡Sí, maldita humanidad! No me la puedo arrancar de la piel como
aquellas voces hundidas pueden arrancar mis costras. Rasguño este cuerpo con la
esperanza de poder rasgar la humanidad que me viste, pero solo consigo
lacerarme, y con eso, consigo también hacer marcas memoriosas de mi soledad…
La humanidad que me
viste me ha provisto de la peor condena… Sentir
La humanidad que me
viste me ha dejado con la peor maldición… Ser individuo
Ser individuo me ha
enseñado a entender una palabra que en mi mente no consigue antónimos…
Distancia.
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